¿Por dónde empezar? Soy vegetariana, no consumo lácteos y es muy raro que coma azúcar. Me encanta hacer ayuno intermitente y tomar jugos verdes. Soy cocinera y profesora de cocina saludable y repito como un lorito que la buena salud y el bienestar empiezan en el plato de comida. Que hay que cocinar más.
Llevo 130 días o tal vez más encerrada en mi casa. Cocino todos los días, al final podemos prescindir de muchas cosas, pero la comida no es una de ellas. Repito en voz alta, todos los días también, que hoy es cuando más funciona haber cultivado hábitos saludables.
Nuestro sistema inmune responde a muchas cosas. No puede ser más claro que debemos hacer lo que este a nuestro alcance por fortalecerlo. La fórmula que yo he seguido es la suma de buenas horas de sueño, actividad física, calma mental y claro, mi fuerte: buena alimentación.
¿Por dónde seguir? Estamos en una situación completamente atípica. Restringidos de nuestra libertad. Restringidos del acceso a seres queridos, al aire libre, a los gimnasios, a la cotidianidad, a restaurantes, a ingredientes, a nuestras indulgencias favoritas. Por el contrario, tenemos acceso ilimitado a la cocina, a la cama, a nuestra soledad, a nuestros miedos, a nuestras preocupaciones a las malas noticias y a los crecientes casos de contagios y muertes.
Yo sumo y resto y aunque siempre encuentro un resultado diferente, nunca me da cero.
Repito la formula inmunológica en mi cabeza. ¿Sueño? Ok. No se ha visto alterado. ¿Actividad física? Nula. No he podido retomar mi actividad normal con excepción de una que otra clase de yoga virtual que estoy segura le sirve más a mi mente que a mi cuerpo. ¿Calma mental? Presente la mayoría del tiempo con sorpresivos altibajos. ¿Alimentación? Volvamos al principio: Soy vegetariana, no consumo lácteos y es muy raro que coma azúcar. Suena restrictivo. Es restrictivo. En medio de este caos, incluso redundante ¿no?
Voy a las noticias, a las redes sociales, a los rincones de mi cabeza que almacenan información y pienso si, es cierto, es el momento de comer fresco, de consumir alimentos reales, de elevar la alcalinidad del cuerpo, de ayunar, de consumir fermentos, grasas buenas y cultivar nuestro microbioma. Es más importante hoy que nunca.
Voy a los otros rincones de mi cabeza y traduzco: NO hay que comer enlatados, NO hay que hornear con harina, NO hay que hacer galletas o pasteles que endulcen la casa y el corazón, NO hay que comer a las 3 de la mañana si nos levantamos angustiados, NO hay que tomar vino, NO hay que comer papas fritas sin Air Fryer. Y pienso: ¡NO, NO, NO! Más restricciones. No es sostenible. La fórmula esta errada.
La verdad, lo correcto, no puede ser creer que nos cuidamos cuando a todas las limitaciones que están presenten le agregamos tantas más. Lo correcto, seguro está lejos de ser la preocupación por comerse el enlatado que sí tengo en la despensa en vez del Kale orgánico imposible de conseguir en esta realidad distorsionada. Recálculo. En la fórmula mágica, en esa suma lo que hace falta es la nutrición de verdad. Nutrir nuestro cuerpo con la misma cautela con la que nutrimos nuestro espíritu. Desde mi casa en Bogotá, con mis años de experiencia en bienestar basado en la alimentación, les digo que no me cabe duda que en esta cuarentena todo se vale y esta bien. Ni nuestra nevera, ni nuestro plato necesita más restricciones.
¿Por dónde termino? Sigo siendo vegetariana. He comido queso en cuarentena y he hecho recetas de mi primer libro de cocina que están repletas de harina y azúcar. Nutrir en esta cuarentena puede ser hacer un pie de manzana que nos huela a la casa de nuestra madre o de nuestra abuela que no vemos hace más de 100 días. Todo se vale y todo va estar bien. En el plato de comida y por fuera de él.
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ALGUNA DE NUESTRAS GUÍAS
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